El agua jugó un papel muy importante en la antigua civilización romana, la tecnología que desarrolló para su captación, distribución y consumo encuentra recién comparación en nuestro mundo contemporáneo.
Los ingenieros romanos, eminentemente prácticos, trazaban los acueductos siguiendo las curvas de nivel del terreno siempre que era posible, y recurrían al uso de túneles, extensas arquerías, puentes o sifones para cruzar las depresiones solo como último recurso.
Hoy nos vamos a detener en el acueducto de la actual ciudad española de Segovia. Es la obra de ingeniería civil romana más importante de la península y su arquería es uno de los monumentos más significativos y mejor conservados de los que dejaron los romanos.
Aunque no se pueda saber con certeza la época en que fue construido, los investigadores lo sitúan a principios del siglo II d.C., en épocas del emperador Trajano. Se ha mantenido activo a través de casi dos mil años, abasteciendo del vital elemento a la población segoviana hasta mediados del siglo XX. En la actualidad tiene sólo un funcionamiento testimonial o simbólico, proveyendo de agua a una fuente ubicada en la terraza de la Iglesia de Santa Columba, en el centro de la ciudad.
Lo más popular de este monumento es su parte central, la más alta de todas con 28 metros de altura. Cuenta con 167 arcos de piedra de granito, superpuestos en dos filas y lo que lo hace más grandioso aún, es que no lleva ningún tipo de argamasa para unirlo, simplemente se mantiene en pie después de tantos siglos por el equilibrio de fuerzas, obra del ingenio de los profesionales de la época.
Fue creado para transportar el agua desde el manantial de Fuentefría, situado en la sierra de Guadarrama, a 17 km de la ciudad. En el año 1929 se colocó una tubería de cemento, siguiendo la misma traza de la conducción romana, desde la toma hasta los depósitos de la ciudad.